Bello, Antioquia. Miércoles
10 de Agosto 2016
Con dolor de patria escribo
estas palabras sobre el papel del olvido, con el corazón en mis manos
palpitando de dolor, con el alma delirando de tristeza y con un gran nudo
atorado en mi garganta. Manifiesto en letras lo que mis labios desgastados
vienen proclamando en mudas manifestaciones, denuncias y consignas levantadas al
silencio que: “Colombia NO MERECEN NI MERECERÁN nunca el sacrificio que nuestros
soldados han hecho por la defensa de la democracia y la institucionalidad del país”,
sin embargo, a pesar de no merecer tal sacrificio ahí siguen y seguirán firmes
para defendernos, con la humildad que conlleva el ser uno entre mil y con la
bendición de Dios el poder ofrendar su vida por una patria sin memoria y sin
agradecimiento.
Quien escribe esta carta soy
yo, un patriota que ha sido humillado en su honor y en su ser pero jamás
doblegado, un soldado de la patria que con gallardía ha afrontado la demencial
maquinaria judicial izquierdista implementada desde la guerra jurídica pero que
aún sigue en pie de lucha con su equipo de combate y que aún está dispuesto a
dar la pelea hasta más allá de lo creíble, así ya no tenga más dinero en mi
bolsillo por causa de la defensa ejercida ante un monstruo colosalmente
jurídico que a su paso dejó solo ruina económica pero jamás decaimiento de la
moral. Lo que sí es claro, es que no estoy solo, junto a mi existen compañeros
de armas con la férrea convicción de que
mancillar nuestros nombres no acabarán con nuestro ímpetu de combate judicial.
Con mis soldados, fuimos
señalados, calumniados y condenados, fuimos a todas las instancias que pudimos,
luchamos por defender nuestro nombre, honor e inocencia, sin embargo, las
sentencias fueron condenatorias presentándose falta de garantías procesales
donde no se consideraron ni tuvieron en cuenta pruebas cruciales a nuestro
favor que demostraban lejos nuestra inocencia.
Asumí junto con mis
subalternos la condena impuesta por una justicia imparcial- a pesar de no estar
de acuerdo con ella ni con sus fallos-, respete las decisiones de los
encargados de impartir justicia con la obediencia que un soldado de la patria
aprende religiosamente desde el primer día que se pone las botas –a sabiendas
que pertenecían muchos a ONG´S de izquierda-, y a pesar del señalamiento
injusto que recibí le cumplí al país y a la justicia pagando físicamente hasta
el último día.
Pase por cárceles,
penales y centros militares penitenciarios viendo como la guerra jurídica
desmoronaba poco a poco la institucionalidad y acrecentaba la humillación y
destitución de los mejores soldados de un Ejército grande y victorioso desde
Bolívar, Santander y Córdova.
Desde los barrotes vi
cómo se sumaban a esta pena compañeros valientes y valerosos que asumieron sin
titubear la consigna constitucional, vi como la moral de las tropas decayó dudando
de una misión que se convirtió absurda. Y fue así como recibimos el desprecio y
el olvido no solo de Colombia sino también del mismo Ejercito que en su momento
nos dio la espalda, sumado a este, un gobierno que fue sordo ante el clamor de
los que pedíamos garantías jurídicas –no impunidad, sino derecho a un juicio
justo- y la reforma de la justicia penal militar.
Compartí con delincuencia
común, guerrilleros y gente de Autodefensas; nos sentamos en la misma mesa,
jugamos futbol, celebramos días de madres, días de amor y amistad y fue ahí
donde pude evidenciar como nuestras vidas hacían una pausa dentro de esos
muros. Vi la cara y los ojos de la humanidad de cada uno de los actores de este
conflicto. Sin embargo pude darme cuenta que así como nosotros los oficiales,
suboficiales y soldados que nos encontrábamos con los grilletes puestos
ejercíamos nuestra defensa jurídica, los demás actores seguían sus mismas
convicciones sin renunciar con ello a sus causas y sus ideales. Compartimos los
mismos espacios pero la hoja de ruta no cambiaba y seguíamos acompañando y
apoyando a los que afuera de la prisión no estaban en pausa, nosotros a
nuestros soldados y ellos a sus camaradas.
Desde los barrotes
observe un país ajeno e indiferente, esa no era la Colombia que juré ante Dios
y la bandera defender o bueno por lo menos creí haber jurado defender otro tipo
de país. Lo que nadie podrá entender es que los militares asumimos la responsabilidad
que muchos no quisieron asumir, porque la patria se fortifica, se construye y
se defiende, la patria no se levanta solo criticando desde un sofá o la
comodidad de la casa sino caminándola y edificándola y eso es lo que nuestros valerosos
militares han asumido desde el día que juramos bandera –nadie más jura ante
Dios un compromiso tan grande. En Colombia no les gusta asumir compromisos ni responsabilidades,
por eso no lo hacen-.
Antes de finalizar esta
carta escrita con decepción, no quiero dejar de lado lo único positivo que
encontrarás en ella y es reconocer y exaltar el apoyo siempre recibido desde los
principios de mi carrera militar hasta hoy por parte de mi familia, fueron y son
incondicionales conmigo creyendo aún en la inocencia mía y la de mis hombres. A
mis amigos más cercanos que me visitaron y estuvieron al tanto de mí, gracias, el
señor los recompensará. Por último, doy gracias a Dios todo poderoso que no me
ha dejado caer ante los grandes tropiezos de una profesión odiada por muchos
pero asumida por pocos con gallardía y sin cobardía.
Posd: Mis memorias
quedarán recopiladas y registradas en el libro que me encuentro actualmente escribiendo.