En los últimos 100 años de República,
durante el duro y prolongado trasegar de nuestra historia, Colombia ha
presentado cambios en su arena política notorios, vimos como la guerra
bipartidista por el poder del país se disputaba en una democracia carente de
institucionalidad y de cultura política al tradicional caudillismo.
Si pertenecías a los liberales
abanderabas las toldas rojas sin tener un mínimo de conocimiento sobre cuáles
eran sus bases ideológicas y que concepto giraba alrededor del liberalismo en
su teoría política; así mismo, si eras conservador abanderabas las toldas
azules con un soterrado discernimiento ideológico de lo que el conservadurismo
representaba.
Es así como por años se
ejerció una política provinciana practicada por la fuerza con machete y pistola
en mano, donde la convicción ciega -esto si lo hacían religiosamente los
militantes rojos y azules- era la consecución del poder político con el uso de
la violencia que fuere necesaria.
Así pasan los años 70´s y 80´s
donde el libreto siempre fue el mismo, la arena política bipartidista se siguió
deliberando a lo largo y ancho del país con sus altibajos y crisis
institucionales, hasta que llegó la constitución de 1991. Con esta nueva carta
magna se abrió la puerta para acabar con el monopolio bipartidista generándose
inclusión y multipartidismo.
Hoy por hoy este
multipartidismo está en crisis, las soluciones a los problemas económicos,
sociales, de salud y desempleo aún son necesidades insatisfechas, la corrupción
estatal formado desde las tres ramas del poder en complicidad con algunos
partidos políticos han marcado un derrotero abstencionista a la hora de
elecciones. Los partidos no representan el consenso popular y mucho menos el
ciudadano del común ve una salida viable en estos movimientos de representación
política.
La falta de confianza en los
partidos y su carente legitimidad produjo por ejemplo que en las pasadas
elecciones presidenciales en la primera etapa de postulación de candidatos
estos prefirieran lanzarse por firmas y no por un partido político especifico,
de hecho, Gustavo Petro fue candidato por firmas con su movimiento Colombia
Humana y no necesito pertenecer a ningún partido político. Muestra de lo
anterior en el mes de agosto del presente año el Consejo Nacional Electoral negó
personería jurídica a la Colombia Humana.
De la misma manera Sergio
Fajardo tuvo una votación sobresaliente en la primera vuelta sin que estos
votos pertenecieran a la militancia fidedigna del partido verde, los que
votaron por él lo hicieron por su figura y por lo que él representaba mas no
porque sus votantes fueran militantes del partido verde.
Iván Duque a pesar de estar vinculado
a un partido político y después de haber ganado las consultas internas de su
partido, en segunda vuelta recibió votos de personas que no pertenecían a
centro democrático pero que en primera vuelta votaron por Sergio Fajardo, en
este caso no importó si se era militante o no del partido al que pertenecía
Iván Duque, estos votos fueron por lo que representaba el candidato y como es
normal en política votaron en contravía a su adversario político que era
Gustavo Petro.
El personalismo se toma la
arena política como una opción importante para aquellas personas inconformes y
abstencionistas que no creen en la institucionalidad de los partidos. Pero
cuidado, el peligro de este fenómeno personalista es caer en el mesianismo
político, cayendo en un letargo esperanzador de causas perdidas de parte de
salvadores populistas.
El historiador Enrique Krauze define
este término de la siguiente manera: “el mesianismo político representa riesgos
muy grandes. Es la concentración del poder en manos de una sola persona fuerte,
carismática y que además convoca alrededor suyo el culto de la personalidad y
de quien los pueblos esperan una salvación. El redentor es un hombre
providencial”.
Es muy fácil que aparezca en
Colombia un personaje mesiánico teniendo insumos notables en su discurso donde
podría reunir en un solo libreto la carencia institucional, la corrupción, la
ineficiencia y la misma corrupción de la justicia, el inconformismo, la
supuesta concentración del poder en una persona o grupo de personas (y que él
propone arrebatarlo), el tradicionalismo, las maquinarias políticas y la
pobreza. Usa para sí un discurso populista que lo catapulta al poder y pasaríamos
de la hegemonía bipartidista a la hegemonía personalista.